La infancia de Jesús y la crítica periodística

Benedicto XVI
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En su libro El español y los siete pecados capitales, Fernando Díaz Plaja critica lo que él considera un ejemplo del pecado de soberbia bastante común entre los españoles: criticar un libro sin haberlo leído. Para ello, aduce el ejemplo siguiente:
En ningún sitio como en España el juicio literario resulta fácil. Una vez oí una retransmisión por radio en la que unos escritores comentaban el Doctor Zhivago, de Pasternak. Los juicios eran duros, tan tajantes y negativos, que una señora del grupo con acento extranjero, probablemente ruso, se asombró y preguntó humildemente:
—Pero ¿cómo puede usted decir..., en qué parte ha leído usted eso? —No he leído el libro, señora —fue la asombrosa respuesta. Resultó que de los cuatro escritores que se habían reunido para discutir la obra sólo la había leído ella.
El 21 de noviembre de 2012, para coincidir con el tiempo de Navidad, se publicó el libro sobre La infancia de Jesús, tercero de la trilogía que el papa Benedicto XVI dedicó a Jesús de Nazaret (aunque la firmó también con su propio nombre, Josef Ratzinger).
Veamos la reseña que le dedicó El País el mismo día de la publicación del libro:

La fecha del nacimiento de Cristo

Copia de La Virgen de la Rosa de Rafael,
por Manuel Alfonseca Santana
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No voy a entrar aquí en el debate decimonónico sobre la existencia histórica de Jesucristo, porque después de 1926 la crítica histórica ha aceptado unánimemente dicha existencia, y la persistencia de la idea de que Jesucristo no existió se debe exclusivamente a la ignorancia o al fanatismo anticristiano (Ana Márquez lo explica muy bien en su blog).
En el artículo anterior vimos que la fecha del 25 de diciembre pudo ser realmente la del nacimiento de Cristo, si seguimos una tradición que se remonta a san Ireneo. Tradicionalmente, el argumento principal en contra de esa fecha era la improbabilidad de que los pastores estuviesen en el campo en invierno vigilando sus rebaños. Sin embargo, otros estudios discrepan de esta afirmación.
El sistema cronológico internacional que hoy usamos es la era cristiana. Después de la caída y desintegración del imperio romano de occidente, la era romana, que contaba los años a partir de la fundación de Roma, siguió utilizándose durante unos doscientos años más, pero en el siglo VI el teólogo escita Dionisio el Exiguo introdujo la costumbre de fechar los acontecimientos históricos a partir del nacimiento de Cristo. Dionisio calculó que Jesús debió de nacer hacia el año 754 A.U.C. (Ab Urbe Condita,  desde la fundación de la ciudad) y llamó a este año 1 A.D.  (Anno Domini, año del Señor). Las fechas de la era romana posteriores a esta podían traducirse fácilmente a la era cristiana restando 753 de la fecha romana correspondiente. En cuanto a las anteriores al año 754 A.U.C., correspondían en la nueva era a números negativos y se obtenían restando la fecha romana de 754 y añadiendo las siglas a.C. (antes de Cristo) o B.C. (Before Christ) en inglés. En este sistema, el año cero no existe.

La celebración de la Navidad

Iluminación de la Tierra
en el solsticio de invierno
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El tiempo del solsticio de invierno fue ocasión de celebraciones importantes en casi todos los pueblos de la antigüedad, pues representa el momento en que el sol, después de ir perdiendo altura durante seis meses, se recobraba y comenzaba de nuevo el movimiento ascensional. Para los antiguos siempre quedaba el temor de que algún año el sol no lograra recobrarse y siguiera descendiendo hasta desaparecer para siempre, lo que sería catastrófico para la humanidad.
En el imperio romano, las Saturnales desempeñaban ese papel, pues Saturno era el dios de la agricultura, y la recuperación del sol era una condición sine qua non para el éxito de la próxima cosecha. Además, justo por esas fechas el sol entraba en el signo de Capricornio del zodiaco, que estaba ligado astrológicamente con el planeta Saturno. La fiesta, que comenzaba el 17 de diciembre, se prolongaba durante varios días, hasta el 23 del mismo mes. En estos días se celebraban banquetes, se repartían regalos, y los amos servían a sus esclavos.
Una de las divinidades tradicionales de los pueblos indoeuropeos, Mitra, tuvo un destino desigual, según el pueblo concreto del que estemos hablando. Así, en la India védica fue uno de los dioses principales, junto con Varuna y los demás asuras, pero pasó a desempeñar un papel secundario, casi demoniaco, cuando en la India hinduista se impusieron los devas, otro grupo de dioses entre los que destacan Siva y Visnú.

Sobre la consciencia

Mirror Self-Recognition
(
Steve Jurvetson, Menlo Park)
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Una de las dificultades más graves a los que se enfrentan los materialistas es el problema de la consciencia, eso que a veces se llama autoconsciencia, la consciencia del yo, de ser quien somos y no otra persona u otro objeto, la sensación que tenemos de ser el mismo individuo desde nuestro primer recuerdo hasta la muerte, aunque cada cierto número de años cambian todos nuestros átomos, y por tanto la materia concreta de la que está hecho nuestro cuerpo.
Como la ideología materialista parte de la base de que sólo existe la materia (en el sentido amplio del término), se ve forzada a adoptar una postura reduccionista, según la cual nuestra consciencia tiene que ser, por definición, un epifenómeno, el resultado de la acción conjunta de nuestras neuronas. Es una postura dogmática, sin apoyo científico, puesto que, en el estado actual de nuestros conocimientos, la neurociencia no tiene la menor idea de cómo puede formarse la consciencia.